Desgarrando la historia: Rock al Parque 2015

Por:

Daniel Ospina  y Fernanda Cobos 

Fotos por: 

Sebastián Pedroza Vera

Alejandra Losada

Emilio Barriga 

Para lo que muchos puede ser un festival más (o como le escuché a un par de taxistas “la Meca de los mechudos”) Rock Al Parque es la cita más importante que tiene el rock nacional, latinoamericano e internacional en todo el año en Bogotá. Bandas, promotores, medios y patrocinadores se preparan durante 365 días para desde su labor, resaltar lo bueno y dar palo a lo malo durante esos tres días. A eso último generalmente se le une un público que, por encima de sus conflictos y diferencias, siempre se muestra apasionado.

Foto por: Sebastián Pedroza Vera

Foto por: Sebastián Pedroza Vera

¿Qué ha cambiado en 21 años? Difícil decirlo, porque apenas llevo cuatro siguiendo con el rigor más o menos necesario el evento. De hecho, este año es la primera vez que asisto los tres días. Pero la primera vez que estuve en Rock Al Parque fue en 2010. Fui con un amigo del bachillerato, que me insistió en que fuera. Por esos días apenas había ido a un concierto y aun sentía miedo de estar entre tanta gente. Por ese motivo solo vi dos bandas: THOSE y Zoé. Me perdí a Mutemath, Asian Dub Foundation y Andrés Calamaro. Todavía no me lo perdono. Después de eso fui a dos ediciones más. Una estuvo bien, la otra no tanto.

Foto por: Sebastián Pedroza Vera

Foto por: Sebastián Pedroza Vera

Como todo evento que se jacte de ser importante, siempre existen ciertos rituales que vienen con el contexto. Algunos han mutado, pues antes el seguidor se levantaba temprano para disfrutar (o insultar) el festival entero. Hoy eso no es tan recurrente, y vemos que Idartes debe estimular la madrugada rifando boletas para otros eventos a los que lleguen temprano. Ya no es ni siquiera el peso de las bandas internacionales el que arrastra público desde las primeras horas del día al Simón Bolívar, sino la relación costo-beneficio.

Foto por: Sebastián Pedroza Vera

Foto por: Sebastián Pedroza Vera

Pero también hay cosas que se mantienen intactas a pesar del tiempo. Las requisas de la policía, siempre bruscas y con desprecio mutuo entre autoridad y fanático, tener que buscar el almuerzo en la plazoleta de comidas tratando de equilibrar entre el precio y que le llene el tanque el resto del día, el clima impredecible (ni en agosto se escapa de la lluvia), caminar por toda la Carrera 68 o por la Calle 63 buscando un taxi en la madrugada, o levantarse de mala gana al día siguiente a estudiar o trabajar pero satisfecho por ver a una banda tremenda, son posiblemente las “tradiciones” más persistentes.

Foto por: Sebastián Pedroza Vera

Foto por: Sebastián Pedroza Vera

La idiosincrasia del fanático también ha cambiado mucho. En los primeros años uno iba a ver a La Derecha, las Almas o La Pestilencia porque era lo que había. Hoy es difícil para una banda nacional lograr esa aceptación en el público más conservador cuando tanto coloso internacional le hace sombra. Como contrapartida, los artistas nacionales vinculados a la fusión tienen la suficiente convocatoria como para equipararse a esos primeros tiempos.

Foto por: Sebastián Pedroza Vera

Foto por: Sebastián Pedroza Vera

Cualquiera que sea el caso, de vez en cuando aparece un “héroe del día” ya sea desde el escenario o desde el público. Leo de Che Sudaka y un fanático de Total Chaos se saltaron la Zona VIP para estar banda y seguidores uno más cerca uno del otro, llevando el espectáculo un poco más cerca de ese público desaforado.

Foto por: Sebastián Pedroza Vera

Foto por: Sebastián Pedroza Vera

Y es comprensible que la zona VIP (otro cambio en 21 años) sea tan cuestionada desde su creación. Incluso nosotros que disfrutamos de sus beneficios sentimos antinatural el hecho de que exista tanta distancia entre la banda y la audiencia. Así como sentimos totalmente irrespetuoso ver personas que no eran periodistas tomándose selfies en medio del show o sentadas en el piso, recostadas en la baranda de contención, ignorando al resto de bandas que se desgarraban arriba para animar a todos los espectadores, en vez de aprovechar para disfrutar de la música con más comodidad. Si lo que querían era descansar, bien podían irse a una de las zonas verdes del Parque.

Foto por: Sebastián Pedroza Vera

Foto por: Sebastián Pedroza Vera

De ese mismo desgarre hicieron gala gente como Martin, de Capsula (que me hicieron ver mi punto débil: los covers a David Bowie); o Pucho, de Vetusta Morla. Sobre todo Pucho, que vio su presentación obstruida por los problemas que tuvo que afrontar con el sonido. Pero, también podemos decir que en la vida, en la música (y muy especialmente en el rock) las personas suelen dar lo mejor de sí mismas estando al límite. De lo contrario, no me explico cómo los españoles pudieron hacer que su cierre con “La cuadratura del círculo” sonara tan intenso, tan crudo, tan rabioso, tan real y tan apropiado para ese momento de la noche. En ese momento hicieron sentir como si no les importaran los nombres fuertes que iban a cerrar el evento, porque tenían seguridad en lo que hacían. Lo normal en Vetusta, supongo.

Foto por: Sebastián Pedroza Vera

Foto por: Sebastián Pedroza Vera

Nunca falta el factor sorpresa. Hace tres años ese corrió por cuenta de Blonde Redhead y Saul Williams. Este año lo fue el techno impredecible de Atom TM. Puros manifiestos antiglobalización, y declaraciones realmente fuertes para el contexto habitual de Rock Al Parque con esa reversión de “My Generation”, que al parecer vio eco en Koyi K Utho cuando decidieron versionar “Breathe” de The Prodigy, siguiendo la estela de unos Atari Teenage Riot intratables en el escenario a todo nivel frente a un público para el que ese trío era completamente nuevo. Y para manifiestos, hay que ver a Café Tacuba manifestando su repudio al asesinato a los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, así como su apoyo a la causa antitaurina; o a Nacho Vegas hablar con total franqueza sobre el proceso de paz que encara Colombia por estos días.

Foto por: Alejandra Losada

Foto por: Alejandra Losada

Pero por encima de cualquier halago u objeción que se le pueda hacer a Rock Al Parque, es un sitio para ser o sentirse joven sin importar el tiempo. Para la muestra, miles de personas saltando al ritmo de Sum 41, esa banda que puso a saltar a todas las facciones asistentes al Festival recordando esas historias de adolescencia que, bien o mal, siempre terminan vinculadas con American Pie ya sea con un popurri de Metallica o haciendo “Still Waiting”.

Foto por: Alejandra Losada

Foto por: Alejandra Losada

El otro año lo único que espero de Rock Al Parque es que deje de ser tan terco con eso de “mantener una esencia” por exigencia de la vieja guardia, y empiece a reflejar la realidad de la música rock, entendiendo que ese concepto se hizo más amplio en los últimos años, inclusive partiendo desde las guitarras. Nos guste o no, fuera ese el horario o el escenario apropiado para que se presentaran o no, es injusto ver a Diamante Eléctrico desangrarse por el desdén de un montón de gente que al parecer dice que le gusta el rock, pero le temen al primer nombre nuevo que aparece. Como si Sum 41 no hubiese sido un nombre nuevo hace 15 años…

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Foto por: Alejandra Losada

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Foto por: Emilio Barriga

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