Por: Daniel Ospina Follow @themockman
Fotos por: Sebastián Pedroza Vera Seguir a @Cabronazo__
El fin de semana pasado estuvimos «moviendo la peluca» al ritmo de 61 bandas nacionales, internacionales y distritales en la edición número 22 de Rock Al Parque. A pesar de las dudas y cuestionamientos (cosa de todos los años, al fin y al cabo), fue una edición que dejó en muchos un buen sabor de boca. Muchos decían que «se recuperó la esencia del Festival» y ese tipo de cosas. No sé si llegó a ese punto, pues se nota que el cartel fue condicionado por un menor presupuesto que en años anteriores. Pero para lo que ofrecieron, fue un éxito rotundo.
Y eso que en lo personal, no era la edición con la que más cómodo me sentía de las que he tenido la oportunidad de vivir en Rock Al Parque. Sin que me disguste el heavy metal, sentía que su mayor protagonismo era un retroceso importante si se le comparaba con la edición del año pasado, donde se pudo tener a Atari Teenage Riot, Café Tacuba, Vetusta Morla y Mitú alternando con Total Chaos, Behemoth, P.O.D. o Sum 41. No era un cartel que representara del todo la escena bogotana en la actualidad, pero claramente fue una edición más ecléctica que otras.
Sin embargo, durante estos tres días confluyeron perfectamente muchas de las ofertas musicales que tiene la ciudad en un solo espacio sin ningún problema. Cada uno gozándose lo que quería gozarse sin complejos por lo que pasara en los otros escenarios. El metal fue dominador absoluto durante todo el fin de semana, el punk tuvo sus ratos al igual que las fusiones, la electrónica tuvo su carpa siempre con audiencia, y la cuota ligada al indie (o mejor, ligada al espíritu de Estéreo Picnic) se ganó a pulso el Escenario Eco el segundo y tercer día de presentaciones.
De igual manera, sus públicos confluyeron. Se podían ver crestas recostadas totalmente despreocupadas en el pasto mientras sonaba el hardcore o el drum and bass en la carpa de electrónica, o mientras Afónica tocaba el lunes. La mesa del metal puso sus bandas en el cartel y dispuso de las mesas grandes que había en la plazoleta de comidas siempre que pudo. Ayudó mucho que Deafheaven se mostrara como algo capaz de trascender el metal que representaba, así como ver a Suicidal Tendencies convocando metaleros, punks y hipsters por igual en cuanto mosh se armó en el Simón Bolívar durante la clausura.
Así como ellos trascendieron géneros a su manera, las bandas nacionales no se quedaron atrás. Puerto Candelaria pasando de “Lluvia Con Nieve” a “Rock Lobster” con total naturalidad en ese acople de cumbia rebelde que siempre nos estimula al máximo, fue perfectamente equivalente a ver al “Hombre Caimán” cantando al lado de Cuentos De Los Hermanos Grind, o a los Compadres Recerdos llevando lo bizarro al límite haciendo “Raining Blood” con un beat de reggaetón en reemplazo del doble bombo de Dave Lombardo, tal vez la figura alrededor de la cual nos juntamos todos sin distinción de subculturas para admirarlo en la clausura mientras hacía de la batería una metralleta de ritmos que impactaba en todos hasta llevarnos al delirio.
La fidelidad entre el público de Rock Al Parque puede medirse entre los asistentes que llegan a ver las primeras bandas del día. No es tanta la gente que madruga, siendo honestos, pero la que lo hace tiene recompensa. Que lo digan quienes vieron a Mr. Bleat haciendo el synthpop oscuro de ‘Los Lobos’ en un horario que no era apropiado para todo lo que puede dar su puesta en escena, pero que igual cautivó a quien estuvo por ahí a esas horas. Y que lo digan quienes saltaron al ritmo endiablado de Los Nastys, que sonaban como The Hives tocando «Hand In Glove» de The Smiths, ganándose al poco público que los miraba en el escenario principal.
Naturalmente ese sancocho subcultural da pie a un montón de historias. Por ejemplo, cuando el amigo que viene de otra ciudad le deja a uno la chaqueta con el celular y los papeles adentro para irse a poguear como si no hubiera mañana y preocuparse por el mundo real unas horas después de que The Black Dahlia Murder y Perpetual Warfare le sacaran todo de sí mismo. Encontrar esa chaqueta entre 100.000 desaforados solo fue posible al día siguiente, acordando un punto de encuentro en el mismo parque. El susto fue para ambos, pues uno andaba básicamente como un anónimo por la ciudad y el otro iba por ahí con una chaqueta que no era suya y con el miedo de que si un policía lo paraba podía pensar que era robada.
Siempre hay espacio para las sorpresas. Además de lo revelador que fue escuchar a Deafheaven y preguntarme si esa facción más atmosférica del metal no se relaciona al menos un poco con el post punk o el shoegaze, también lo fue ver a Leiden con ese repertorio tan personal, tan versátil, tan acogedor y con una recepción tan positiva por parte del público. Público que hizo de Easy Easy y Caramelos De Cianuro actos que superaron las expectativas más optimistas. Y ni hablar de Baroness, un auténtico titán del rock de nuestros días que demostró en tarima de lo que están hechos.
Como hay momentos colectivos, hay momentos que pueden marcar individualmente. El staff de Escena Indie, por ejemplo, tuvo sus momentos personales. Nuestro fotógrafo estrella básicamente enloqueció con GBH (mucho más porque estuvo cerca de perdérselos por el trancón a la entrada de la ciudad), nuestro otro periodista estrella se gozó a Caramelos De Cianuro de principio a fin, y quien escribe estas líneas cantó a todo pulmón “La Selección Nacional” y “Señor Cobranza” con Las Manos De Filippi.
La experiencia de Rock Al Parque sobrepasa el mismo sitio durante ese fin de semana. Comerse un perro caliente o una hamburguesa de carne “misteriosa” con gaseosa por $2.500 o $3.000 a la salida, o buscar el taxi subiendo por la Calle 63 hacia la Carrera 30 o por toda la Carrera 68 son ese equivalente al “ambiente” que uno suele buscar en Estéreo Picnic, por ejemplo. En mi caso, yendo a mi casa terminado el primer día con la chaqueta de otro, el taxista me contaba sobre la última vez que estuvo en Rock Al Parque, cuando Molotov vino en su mejor momento a finales de los noventa.
Mención de honor a la carpa electrónica, porque logró colarse en un festival (y sobre todo en una edición) que tuvo por bandera el rock más visceral. Hubo una buena cantidad de personas para el espacio tan reducido que tuvieron en el Parque. De hecho, por la cercanía entre DJ y gente me hizo pensar en cómo debían ser las raves noventeras cuando no eran los Ultra Music y Tomorrowland de hoy. Fue clave que se pinchara electrónica no tan comercial: podían ir del hardcore al ambiental o al drum and bass sin problema. Para bien o para mal, la electrónica ya tiene su sitio en Rock Al Parque.
El otro año ya veremos qué permite hacer el presupuesto en materia de bandas y logística. Veremos qué nuevas polémicas se presentan o si se perpetúan las de siempre, si se asimila igual de bien el cartel, las bandas o el ambiente. Pero siempre que se pueda exprimir todo eso al máximo como este año a pesar de las limitaciones, estaremos bien.