Una cita con el post punk en Rough Trade NYC

Por: Daniel Ospina @themockman

A diferencia de lo que probablemente pasa con varios de quienes compartimos generación, no soy un melómano. No en el sentido generalizado que tiene esa palabra, al menos. No le doy tanta importancia al formato en el cual escucho música, pues sea el que sea siempre acabaré disfrutándolo. Puede ser CD, vinilo (aunque a la fecha no he tenido la oportunidad de escuchar música en ese formato), cassette, en vivo o en línea. Francamente no le doy mucha importancia a eso. A lo que si doy importancia es a lo que me puede inspirar el artista. Sea emocional, física, psicológica o ideológicamente; la forma en que este puede impactarme trasciende cualquier formato en el cual se presente al mundo.

Cuando supe en noviembre del año pasado que pasaría con mi familia las vacaciones en Nueva York, tenía muy claro lo que quería hacer allí. Sentía como un deber caminar por ese lugar, imaginarme lo que sería vivir en los años setenta u ochenta para gente que podía ir entre Alan Vega, Debbie Harry, David Byrne o los Ramones, y hacerme esa imagen mental de cómo eran las cosas en ese tiempo y compararlas con lo que iba a encontrarme en el presente. Pero ese “ponerse en los zapatos” no será suficiente cuando el viaje quede en un simple recuerdo. ¿Cuál sería la solución entonces? Comprar discos.

En los preparativos para el viaje busqué algún sitio en la Gran Manzana que me permitiera encontrar y explotar esa fiebre que tengo por los años del post punk. Encontré en internet, como era de esperarse, bastantes tiendas especializadas en música. Permanent Records, Black Gold, Other Music, Academy Records… pero muchas de ellas se centraban en los vinilos. No tengo nada contra ese formato (ni contra ninguno) pero es un gusto que requiere dinero y mucho cuidado, y la verdad es que no tengo ni lo uno ni lo otro. Por eso de un tiempo para acá elegí los CDs, de los cuales con el paso del tiempo (y casi que sin querer) hice una colección más o menos respetable entre discos extranjeros y uno que otro local.

Finalmente encontré la tienda que estaba buscando, con el catálogo que estaba buscando. Probablemente es más costoso que en otras tiendas, pero no era un viaje especializado el que estaba a punto de hacer sino más bien en plan turista. Con esa realidad asumida, marqué la dirección y el nombre del sitio que me causó más satisfacción visitar por encima de cualquier museo o atracción promedio de Nueva York: Rough Trade NYC.

Algo de historia

Rough Trade es uno de los sellos más importantes de la música indie en toda su historia. Fundado por Geoff Travis en 1978 y con sede en Londres, fue el responsable de impulsar la movida post punk en Gran Bretaña siendo una tienda de discos que vendía música de sellos independientes como Factory Records, 2-Tone o Mute Records, llegando a distribuir incluso los primeros fanzines del Reino Unido, fuese que hablaran de música o no.

Pero al mismo tiempo, era un sello con todas las de la ley. Tenía sus propias bandas firmadas entre las cuales se incluyeron Scritti Politti, The Feelies, The Go-Betweens o The Smiths, impulsando los inicios del indie en los ochenta. Para 1982 el sello y la tienda de discos se separaron administrativamente, con el fin de que las actividades entre uno y otro no chocaran por conflictos de intereses.

Rough Trade NYC es una las cuatro tiendas que tiene la marca en todo el mundo, y la única tienda por fuera del Reino Unido (tienen dos en Londres y una más en Nottingham) en la actualidad. En el pasado existían tiendas en San Francisco, Tokio y París, pero con el descenso de las ventas de música en formato físico esos lugares tuvieron que cerrar.

Aun así, tiene todo el sentido del mundo que la Gran Manzana sea ese único lugar fuera de Inglaterra con su tienda de Rough Trade. Si nos ceñimos a la historia del post punk (tan estrechamente vinculada con la del sello) notaremos rápidamente que en esa ciudad surgieron la no wave y el mutant funk, dos de los muchos movimientos que aparecieron bajo el influjo de esos años. De hecho Nueva York a principios de los ochenta tenía un intercambio cultural y musical constante con Inglaterra por esa vía, siendo esencial para que el pop de los años ochenta (con sus cosas geniales y ridículas por igual) adquiriera forma y marcara una época.

En ese viaje tuve que insistir a toda mi familia para ir a ese lugar, pues de los cuatro soy yo el único gomoso con la música (bueno, con esa clase de música). Tomamos el metro en Newkirk Avenue, bien al sur de Brooklyn, donde nos estábamos alojando. Luego de un transbordo en Union Square, nos bajamos en Bedford Avenue, en el extremo norte de Brooklyn, más concretamente en el barrio de Williamsburg. Caminando algunas cuadras me di cuenta que esa zona, a diferencia de la apariencia más de gueto que tenía el lugar donde nos alojábamos, es más elegante. La gente tenía una pose más distinguida, mientras nosotros sin desentonar tanto no podíamos evitar pasar por turistas. Investigando un poco supe que Williamsburg fue en la década pasada un epicentro de la cultura hipster (el equivalente a lo que fue el SoHo a fines de los setenta), pero a raíz de la crisis del 2008 y el incremento en los alquileres, mucha gente que fue esencial en ese paradigma cultural se fue del barrio para abrir paso a restaurantes, galerías de arte y cafés más ostentosos.

Como fuese, buscamos la 9th Street y la seguimos hasta el final, donde nos encontramos con dos cosas: una bonita panorámica del río Este con Manhattan en el horizonte, y una bodega donde lo último que uno esperaría encontrar es una tienda de discos, si no fuese porque el letrero de Rough Trade NYC estaba bien arriba, dándonos la bienvenida.

La tienda

Desde el primer momento en que puse un pie en Rough Trade me sentí como un niño en un parque de diversiones. Sobre todo porque cuando entré la tienda me recibió con “Don’t Get Lost” de The Brian Jonestown Massacre sonando a todo volumen por los parlantes. Mientras mi familia exploraba el sitio como quien no quiere la cosa y sin saber el trasfondo de todo eso (mi hermana hasta me preguntó si ahí vendían discos de Simple Plan) yo iba al grano, así que me puse manos a la obra.

La bodega tiene dos pisos. En el primero están todos los estantes, dedicados principalmente a los vinilos. De CDs había como dos, organizados en orden alfabético y sin distinción entre géneros o subgéneros. Eran principalmente del tipo que compra el hipster o el millenial promedio. Clásicos alternativos de los noventa, alguna cosa de los ochenta medianamente popular en Estados Unidos pero encuadrada en el alternativo (The Cure. R.E.M. o Depeche Mode, por ejemplo), y por supuesto, lanzamientos más recientes.

También había una sección de discos usados, otra de libros y otra de cassettes que por cuestiones de tiempo no pude revisar. No diría que los precios son los más accesibles, pues los CDs más económicos entre los que me interesaban oscilaban entre los 12 o 13 dólares sin contar impuestos (algo que no tuve en cuenta sino hasta el final de mi visita), pero la variedad musical es notable. Era igualmente fácil encontrar discos de grupos garage desconocidos de los sesenta que un álbum de The Strokes, por ejemplo.

Escogiendo

Tenía claro lo que quería comprar. Algunos discos neoyorkinos de ahora o del pasado, el ‘Screamadelica’ de Primal Scream, un box set de David Bowie que vi en su página web donde se incluían los discos que grabó este en Berlín, algún disco de Slaves, el álbum de Algiers… en fin, cosas que fuesen realmente difíciles de encontrar en Colombia. Sin embargo, muy pronto tuve que detener mi búsqueda porque la cantidad de discos que había en ese lugar me abrumó por completo.

Había tanta música que tenía la sensación de que cualquier elección era un acontecimiento por sí solo. En parte porque son discos tremendos, en parte por sus portadas; había un factor emocional rondando la tienda. Abarcaban grunge, britpop, dream pop, shoegaze… creo que incluso alcance a ver un disco de Deafheaven (grupo ligado al blackgaze, una derivación del black metal) rondando por ahí.

Mientras buscaba mis discos vi una zona más apartada donde los clientes podían probar los vinilos que compraban en unos tornamesa con audífonos especialmente dispuestos para escuchar música sin interrupciones. En ese momento pude imaginar la escena de cómo sería para algún empleado de Rough Trade a fines de los setenta en Londres colocar las ultimas importaciones de reggae o dub que llegaban a la tienda a todo volumen para los interesados en esa música, y teniendo que soportar la frustración de que muchas veces esos clientes (sobre todo los jamaiquinos) nunca iban a comprar los vinilos sino a escuchar música gratis. Antes era una cuestión forzosamente colectiva, y ahora es una experiencia individualizada donde el instinto del comprador iba por encima de las recomendaciones que pudiese darle la persona encargada de atenderlo.

Aun así, los empleados del lugar se mostraron amables. Como solo pude encontrar un disco de los que tenía planeado comprar, tuve que pedir ayuda a una chica que atendía en la caja para saber dónde podía encontrar los restantes. Me preguntó si tenía una lista o algo así de los discos que quería comprar, así que le pasé mi celular donde tenía anotados al menos unos 30 títulos. Me pidió que la siguiera mientras ella buscaba los más importantes. Para mi decepción, no tenían ni el Screamadelica, ni el box set de Bowie, ni el debut homónimo de Algiers, todos agotados tanto en vinilo como en CD.

La chica logró encontrar siete de los discos que si había y estaban en mi lista. Le di las gracias y me dijo que no dudara en avisarle si necesitaba alguna otra cosa. Mi presupuesto a gastar era de unos 60 dólares. Finalmente de esos siete me llevé cinco porque aun siendo todos muy buenos discos, algunos eran demasiado costosos. Aun así fue dificil dejar en el camino a ‘Grace’ de Jeff Buckley y ‘Total Depravity’ de The Veils, pues ambos rondaban los 15 dólares. Afortunadamente mis elecciones fueron bastante satisfactorias, pues me llevé el ‘Kiss Me, Kiss Me, Kiss Me’ de The Cure, el ‘Fear Of Music’ de Talking Heads, el ‘Is The Is Are’ de DIIV, el homónimo de St. Vincent y, para compensar la ausencia del ‘Screamadelica’, el ‘Forever Changes’ de Love, una banda sesentera que fue pionera en el rock psicodélico desde un poco antes que The Beatles o Jefferson Airplane. Si por algo valió la pena esa visita fue por haber encontrado ese disco que, para mi sorpresa, fue junto al ‘Fear Of Music’ de los más baratos (9 dólares).

Cuando fui a pagar me encontré con dos sorpresas. Una, mis padres al comprender lo importante que era esa visita para mí, me compraron una chaqueta por navidad con el logo de Rough Trade NYC. Dos, al pagar mis discos me salieron por 65 dólares porque en ese momento no sabía que a los precios de los discos (y de cualquier cosa en Estados Unidos, realmente) no les sumaban el impuesto en el valor que aparece marcado en cada uno, sino que lo sumaban solo al momento de hacer el pago. Por fortuna ese error de cálculo se compensó un poco al poder tomar la edición de ese mes de la revista de Rough Trade gratis por superar los 20 dólares en compras. La revista incluía entrevistas a Iggy Pop (que aparecía en la portada) y Johnny Marr, así como la opinión de los editores sobre los mejores trabajos del 2016, entre los cuales había un montón de artistas que nunca había escuchado antes.

Post-visita

No obtuve todos los discos que hubiese querido, pero lo que pude comprar me dejó satisfecho. Cuando volví a mi casa unas semanas después, lo primero que hice fue conectar mi grabadora con reproductor de CD (hipsterismo término medio) y poner los discos que compré en ese viaje, comenzando con el más neoyorkino de ellos: el ‘Fear Of Music’. En cuanto sonaron las percusiones tribales de “I Zimbra”, me dejé llevar por la música, acostado en mi cama con una mezcla de satisfacción y agotamiento por el viaje. Creo que me hice un poquito melómano luego de esa visita, debo admitirlo.

Y la verdad es que ahí puede estar la clave de Rough Trade NYC. Si es melómano, lo complacerá por todos lados con una selección y una curaduría admirables. Si no lo es pero sabe de qué se trata esa tienda, se convertirá en uno compre o no música. Así de absorbente es el lugar.